A principios de los ochenta, la autonomía recién
recuperada era frágil y el periodismo catalán desarrolló un insano
instinto de protección. Esta sintonía entre la política y el periodismo
contribuyó a la cohesión de la sociedad catalana, pero, a la vez,
también creó la ficción del llamado oasis catalán. Los casos de
corrupción que estallan hoy se larvaron en aquellos viejos silencios.
Silencios ante la hegemonía política del pujolismo, silencios de quienes
recibían subvenciones; silencios del Estado ante un político que
mantenía Cataluña ‘bajo control’; silencios, después, de quienes le
vieron como un nuevo baluarte de sus posiciones políticas… silencios en
definitiva ante la corrupción del sistema.
Sólo una minoría de
periodistas fue a contracorriente y lo pagó con el ostracismo. La
mayoría de los grandes medios de referencia, privados y públicos,
callaron. ¿Por qué? Estas son diez respuestas que pueden servir tanto
para Cataluña como para el conjunto de España. Diez claves aprendidas
de la propia experiencia. Y la mala noticia es que este diagnóstico no
es del pasado. Es también del presente y podría anidar nuevos silencios.
1. Falta de independencia.
Para combatir la corrupción es esencial que los ciudadanos den
credibilidad a los escándalos que se publican en los medios y que, en
consecuencia, castiguen la corrupción en las urnas. Sólo unos medios
independientes podrían evitar que los ciudadanos conciban las
informaciones de corrupción como estrategias de destrucción del
contrario. El sectarismo de los medios representa un claro déficit en la
calidad de nuestra democracia. El periodismo independiente perdió la
guerra en Cataluña y en España. Los silencios ganaron. Pero fue una
victoria pírrica porque, en el fondo, son los principales causantes del
descrédito del periodismo, el que aleja a los ciudadanos y hunde a las
empresas de comunicación. Sólo la recuperación de la dignidad y la
independencia, respecto a las los poderes políticos y económicos,
salvará el periodismo y, paradójicamente, a las empresas editoras.
2. Exceso de propaganda
¿Qué es la portada de un periódico? ¿O la escaleta de un telediario? La
página y el espacio donde los responsables editoriales del medio
comunican a los lectores aquello que es más importante, relevante.
¿Aquello que el lector debe saber, necesita saber? O, por el contrario,
es la portada o la pantalla un cartel de propaganda al servicio de
intereses más o menos inconfesables. Algunos periodistas han abrazado
causas, un fin superior por el que se justifican todos los medios.
Incluso la distorsión de la realidad. Han renunciado no sólo a la
independencia profesional, si no al principio de ecuanimidad y
neutralidad como garantía indispensable de la misión informativa. En
algunos casos, especialmente en las tertulias, la beligerancia personal
se exhibe y hasta es aceptada socialmente como un valor intrínseco y
obligado de la función periodística.
3. Crisis de confianza:
La opinión pública tiene la percepción de que la prensa ha abandonado
su función social para atender sus propios intereses. En otras palabras,
que la prensa ha renunciado a la que era su principal función, la de
reflejar la realidad de forma honesta y con voluntad de veracidad e
independencia. Es una crisis de credibilidad y confianza. Los lectores
habían otorgado un inmenso poder a los periódicos, a “sus” periódicos.
El mal uso de este inmenso poder explica la ruptura de confianza en
primer término y de credibilidad después.
4. Tiempos de incertidumbre. Si los
periódicos, televisiones o cadenas de radio son menos libres, sus
periodistas, también. Pero como ocurre siempre en las épocas difíciles,
hay quienes se acomodan a la situación y quienes plantan cara, dentro y
fuera de los grandes grupos. Algunos periodistas han interiorizado que
son simples empleados de una empresa, y no profesionales libres con una
función básica en democracia, la de ser garantes del derecho
constitucional a la información. La precariedad laboral no contribuye a
la independencia de los periodistas en el seno de sus empresas.
5. ¿Adiós a los editores?
Durante el siglo XX una parte de la prensa escrita consiguió un binomio
virtuoso. Fue un magnífico negocio y, a la vez, prestó un servicio
público a la comunidad. La figura del editor podía encarnar esta
dualidad, la suma de un gran poder político y económico y a la vez con
vocación de participar en el bien común. Pues bien, la crisis ha roto el
binomio y la pregunta es si aún se mantiene la voluntad de servicio
público. Y si aún existe la figura del editor, o por el contrario, ha
desaparecido a manos de fondos de inversores opacos o de altos
directivos que actúan de forma irresponsable.
6. Una crisis más en el sistema.
Los medios son un reflejo de la sociedad y el momento histórico en el
que viven. En este sentido, participan inexorablemente de la crisis de
valores de su entorno, tanto político como social, económico y cultural.
La prensa libre es uno de los pilares básicos de la democracia y su
debilidad actual es fruto de la erosión de su independencia y, en última
instancia, de la fatiga y descrédito del sistema político actual. Los
periodistas son considerados, por muchos, cómplices del poder. En España
la crisis de la prensa está ligada a la crisis general de las
instituciones. La prensa no fue útil, porque no predijo el desastre.
Porque guardó silencio durante los años en que se gestaban las burbujas
de la corrupción, de las finanzas, de la especulación inmobiliaria, de
las infraestructuras tan faraónicas como prescindibles…
7. Redacciones sin libertad.
Muchas redacciones, diezmadas y atemorizadas por la crisis, se han
convertido en pequeñas dictaduras, no sólo al servicio de las empresas
sino, en muchos casos, de cúpulas directivas con sus propios intereses.
Son redacciones que no funcionan como la suma de periodistas libres, si
no como verdaderos ‘ejércitos’ al servicio de intereses ajenos a la
información. Redacciones que son víctimas de verdaderos regímenes donde
se persigue la disidencia. El disidente, el que no comparte el concepto
de disciplina ciega, el que no está dispuesto a comulgar con los
intereses políticos del medio, es el primero que luego aparece en las
listas de los Expedientes de Regulación de Empleo (ERE) de los
periódicos.
8. Crisis ética. De
alguna forma podemos hablar de una ‘crisis ética’, entendida como
deontología colectiva y no como moral individual. La ética que establece
un conjunto de requisitos razonables y racionales en favor del bien
común, a partir de los valores y códigos sociales en una democracia. La
ética que, en definitiva, tiene el objetivo práctico de establecer si
una actitud es socialmente responsable. El lector llega a la conclusión
que ya no existe la prensa entendida como servicio público, donde el
beneficio y el legítimo ánimo de lucro están sometidos al interés
general y al derecho a saber. Y algunos medios, privados o públicos, han
cruzado, en este sentido, todas las líneas rojas. Por las estrategias
de los grandes grupos, pero también por la renuncia individual a los
principios éticos.
9. Derrota colectiva y esperanza.
Y esta ha sido una derrota colectiva. Médicos, maestros, jueces… han
sabido defender su función social. Los periodistas no. Muchos se
creyeron empresa o defensores de causas políticas. Y olvidaron que eran
garantes de un ‘bien público’, como la sanidad, la educación o la
justicia. Los periodistas en su conjunto fuimos incapaces de plantear
reivindicaciones colectivas y salimos derrotados sin ni siquiera librar
la batalla. La esperanza está en el compromiso y el coraje de muchos de
los periodistas, que hacen su labor a contracorriente. Y en muchos
casos, está entre líneas. Y tal como ocurría en la dictadura, es
necesario aprender a descubrir y leer a periodistas que han logrado
crearse sus propios espacios de libertad en las páginas de los diarios.
10. La hora de la emancipación.
Parte de la audiencia ha decidido emanciparse. Ahora tiene una
alternativa a los grandes medios, la red. Y allí encuentra dos círculos
de confianza y credibilidad, el suyo personal y el que le ofrecen medios
emergentes. Y la pregunta es si los grandes medios lograrán acometer
esta regeneración. Por el bien de la salud democrática, la respuesta
debería ser ‘sí’. Pero sea cual sea la suerte de los grandes medios, el
periodismo de siempre, el que busca la veracidad desde la independencia y
la honestidad tiene más futuro que nunca.
(*) Decano del Colegio de Periodistas de Cataluña
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