Palinuro dejó pasar un día desde el mitin de Podemos en Sevilla para
reflexionar, considerar las reacciones y reflexionar sobre ellas. La acusación directa a Susana Díaz de ordenar a la
televisión andaluza la censura al coletas parece ser falsa. La
misma televisión ha probado documentalmente que lleva meses solicitando
una entrevista. Cierto, ello no demuestra que no haya habido una llamada
desde San Telmo ordenando la censura. Pero eso debiera probarlo quien
formula la acusación y, si no puede, retractarse. No sé por qué nadie
espera nada. Palinuro espera que la acusación se pruebe o la
retractación se produzca.
Los
socialistas andaluces andan por las redes comentando que Iglesias fue a
Andalucía a insultar a los de allí y "mirarlos por encima del hombro".
Suena un poco a manía persecutoria, pero ya es casualidad que en las
comunidades recientemente visitadas por el secretario general de Podemos
haya una reacción más o menos generalizada de gente que se siente
insultada, menospreciada. En fin, uno de los recursos partidistas es
invocar agravios imaginarios para dañar el prestigio del
adversario/enemigo.
El insulto a las izquierdas llamándolas trileras sentó a Palinuro ante el teclado para subir un post titulado El casuismo de los trileros
que, en el momento de escribir esto había tenido 4.165 visitas únicas,
tanta gente como fue a escuchar a Sevilla a Pablo Iglesias. En él se
postula la idea de que la explicación del aparentemente errático
comportamiento de Podemos está en su casuismo jesuítico. Esto equivale a
reconocer que en un primer momento Palinuro se tragó el anzuelo de
"aquí hay una izquierda nueva"´y que además aplaudió ingenuamente la
aparición de otro discurso, innovador, crítico, libre, independiente,
espontáneo, democrático, horizontal. Era un aplauso con alguna reserva
sobre factores como la espontaneidad o la horizontalidad, muchas veces
simuladas o inducidas más que reales. Pero era aplauso, conjuntamente
con el de muchos otros ciudadanos hastiados de una institucionalidad
política acartonada, hueca y cobijo de corrupción y granujería.
La
crítica consistía en señalar que esa innovación era un disfraz, puro
trabajo de comunicación y el mecanismo era el permanente recurso a la
casuística. Esto es, las cosas no son como son o como yo creo que deben
de ser sino como me interesa que sean. Así se vicia de raíz todo
discurso de la izquierda. Por eso dicen en Podemos no ser de izquierda
ni de derecha sino ambicionar la centralidad del tablero, una expresión rimbombante para no decir centro
porque les da vergüenza. Quieren ser el centro pero también la
izquierda inequívocamente y esto solo pueden conseguirlo con el
casuismo.
La
parte más dura y virulenta del discurso de Iglesias en Sevilla le tocó
al PSOE, a Susana Díaz y a Pedro Sánchez a quien vilipendió, tachándolo
prácticamente de pelele. Es un aria favorita de su público que está
convencido de que el PP y el PSOE son lo mismo, como dos bueyes que
tiran del único carro del capitalismo. Desde un punto de vista de
izquierda este juicio es injusto. Durante los años 80 y primeros 90, el
PSOE fue decisivo en la modernización de España, su integración en
Europa y su desarrollo como una sociedad más abierta, libre e
igualitaria, con sanidad, educación, seguridad social universales.
Muchos de quienes hoy reniegan de la socialdemocracia estudiaron gracias
a las medidas socialdemocrátas. Reducir las legislaturas socialistas a
los GAL, la corrupción (por lo demás nimia en comparación con lo que hay
hoy y estaba entonces fraguándose en la derecha) y otras pifias del
PSOE, ignorando los demás factores solo puede hacerse de mala fe. Como
mala fe indica enjuiciar las legislaturas de Zapatero por su desastrosa
gestión de la crisis, la reforma del 135 y sus políticas neoliberales,
ocultando que fuimos una de las sociedades más avanzadas en igualdad en
Europa y más libres y en donde se respetaban derechos que en otros
lugares no se reconocían. Mala fe. Casuismo.
Pero,
además, caramba, el PSOE no gobierna sino que está en la oposición,
como Podemos. Y ¿a quién se opone Podemos? A la oposición. No al
gobierno, sino a la oposición. Para zanjar sin miramientos esta cuestión
Iglesias aseguró enfáticamente que ellos sí que no pactarán en ningún caso con el PP.
Énfasis el que se quiera, pero hay que creerle bajo palabra en un país
en el que sus primos hermanos de IU tienen una alianza con el PP en
Extremadura que permite el gobierno de la derecha.
O
sea, sin monsergas: el enemigo es el PSOE. Suena, ¿verdad? ¿A qué? Al
viejo contencioso comunistas-socialdemócratas de toda la vida, a la
visceralidad, al anticomunismo visceral y el odio visceral a la socialdemocracia; suena a la quimera anguitiana del sorpasso de los socialistas que se interpretó en su día como la pinza. Aquí hay mucho anguitismo y mucho anhelo de sorpasso,
animado por la buena acogida popular que ha tenido la innovación del
discurso político a base de recoger las reivindicaciones del 15M.
Pero
todo esto era pura fachada. La organización complementa el casuismo
jesuítico con férreo estilo bolchevique que lucha por imponerse a los
sectores más asamblearios, más de de tendencia de grass roots politics, como puede verse en los conflictos orgánicos que afrontan en Cataluña, esos que Carolina Bescansa llama con notable estro poético el "Podemos para protestar".
Pero no puede olvidarse: el Podemos fetén es el Podemos para ganar.
Ganar es la palabra mágica, el criterio último moral. Lo que sirve para
ganar vale; lo que no, no. Estamos hartos del martirologio de la
izquierda europea, siempre de perdedora. No queremos ser losers como el pobre Sánchez. Queremos ser winners.
¿Para qué? Para gobernar. Para gobernar ¿cómo? Eso ya se verá. Lo
importante antes de nada es ganar y si, para conseguirlo hay que decir
que no somos de izquierdas porque el rollo de izquierdas derechas es
cosa de trileros, se dice, que ya Dios después distinguirá a los suyos.
Claro que nosotros, la cúpula, el mando, la vanguardia, los que después seremos la Nomenklatura,
somos de izquierdas, sin duda. Pero necesitamos el voto de mucha más
gente y ahí, en la gente, hay de todo y una determinación de izquierda
es negativa porque resta votos. Así que no somos de izquierda ni de
derecha, no somos autodeterministas ni centralistas, laicos o
confesionales, republicanos o monárquicos. Somos lo que nos interese ser
en cada momento. Y desde luego no comunistas; tampoco anticomunistas.
Como con todo, no somos nada.
Lo
del comunismo trae un punto de sarcasmo. De sarcasmo mefistofélico,
prueba evidente de que en Podemos tienen el relato tan estudiado y
medido como el hilo las Parcas. ¿Por qué motivo no se ha producido una
convergencia entre Podemos e IU a pesar de las súplicas insistentes de
esta que ha llegado a prescindir de su venerable líder para poner a un
sosias de Iglesias en la esperanza de que se entendieran? Exactamente,
¿por qué no se han fundido dado que su programa, en el que tienen una fe
anguitista, es idéntico? Sobre todo teniendo en cuenta que ninguno de
ellos propugna un cambio radical del modo de producción sino que se
limitan a administrar de otra forma, más justa, proclaman, el
capitalismo. Vamos, que están dispuestos a sustituir al buey
socialdemócrata por un buey de verdadera izquierda para tirar del carro capitalista. ¿Por qué no ha habido fusión ni la habrá?
Porque a Podemos no le interesa aparecer contaminada por el comunismo de los losers,
porque si se alía con él, retrocederá a sus habituales porcentajes de
intención de voto, perdiendo sus halagüeñas perspectivas. Así que a los
herederos de la tradición comunista de IU les queda interpretar el papel
del payaso que recibe las bofetadas para que sus ingratos descendientes
puedan alcanzar su sueño: gobernar al precio que sea, jibarizando a IU y
hundiendo en la miseria al PSOE. Si tal cosa llegara a suceder,
merecido se lo tendría éste porque ha sido incapaz hasta ahora de
elaborar un relato claro y creíble, explicando y valorando lo que ha
hecho bien, señalando y criticando lo que ha hecho mal y presentando
propuestas para profundizar en los aciertos, enmendar los yerros y abrir
puertas nuevas.
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