Para quienes miran desde la barrera, la emergencia del 15-M tiene su
origen en el descontento juvenil. Un mayo de 1968 incrustado
en el siglo XXI, cuya identidad se cuela por las rendijas del
capitalismo más abyecto, profundamente desigual, concentrador y
excluyente. Las promesas de movilidad social ascendente, trabajo
estable, emancipación familiar, salud y educación pública de calidad se
desvanecen. En su lugar tenemos un futuro incierto, con trabajos
precarios, contratos basura, salarios de hambre y sobre-explotación. La
juventud sería el segmento social más damnificado. Su horizonte
histórico se hace trizas, el capitalismo no tiene esa cara amable y
bonachona preconizada por el poder político, al contrario, proyecta una
imagen grotesca y monstruosa.
Seis de cada diez jóvenes, entre 18 y 30 años, vive con sus padres y
el paro alcanza a un 50% de ellos. Bajo esta realidad se rompen las
barreras del silencio y la juventud toma la calle. En un tiempo record
las movilizaciones conquistan plazas, y son merecedoras de atención y
halagos. Los tópicos comienzan a circular y juegan un papel en la
caracterización posterior del 15-M. Lo primero, conseguir una etiqueta
fácil y reconocible, así, se les bautiza como "indignados".
Su aparición no deja a nadie indiferente y se les considera hijos de
las nuevas tecnologías de la comunicación. Es la revolución de los
internautas. Mensajes a móviles, twitter, correos electrónicos, web.
"Spanishrevolution", nace asimilada como rebeldía juvenil. El 15-M
sería un movimiento de protesta incrustado en la recesión y crisis del
capitalismo cuyos integrantes son fundamentalmente jóvenes.
En sus comisiones de trabajo no se
diferencia por edad, sexo o condición socio-económica
Pero esta interpretación resulta insuficiente cuando no
manipuladora. Sin restar importancia a la participación de la
juventud, el 15-M no puede ser descontextualizado. Su originalidad
requiere un análisis profundo y menos ligado a la sociedad espectáculo.
Es un nuevo movimiento social ciudadano, heterogéneo donde se reúnen
multitud de referentes y confluyen tradiciones de luchas democráticas y
políticas, anarquistas, socialistas, comunistas, libertarias,
autogestionarias y también apartidistas. En sus comisiones de trabajo
no se diferencia por edad, sexo o condición socio-económica. En ellas
participan sin discriminación aquellos que desean trabajar en sus
propuestas y debates.
Cuando se reivindica democracia, libertad y justicia, y se protesta
contra la corrupción de los partidos políticos, el poder omnímodo de
los banqueros, el capital financiero, las políticas de ajuste, los
recortes sociales, el paro juvenil, el sistema electoral, la
privatización de la salud, la enseñanza o el calentamiento global se
desnudan sistemas políticos donde prima la injusticia y la explotación,
la edad no es handicap. En estas reivindicaciones hay
historia, un largo camino que han recorrido los movimientos sociales
ciudadanos, sean de clase, culturales, genero o étnicos. La memoria
colectiva les une y es el punto de inflexión que facilita comprender el
desarrollo de movimientos tan desiguales y contradictorios como los que
constituyen los mal llamados "indignados". No son ni espontáneos ni
exclusivamente generaciones.
Los actuales movimientos sociales son parte de un proceso de rescate
de la política, hoy secuestrada por los mercados, en ellos confluyen
parados de larga duración, trabajadores, mujeres, estudiantes,
profesionales, jubilados, intelectuales, amas de casa, gay, lesbianas y
desde luego jóvenes, pero no es el eje generacional lo que marca su
agenda. Expresan un momento constituyente, articulador de ciudadanía
donde las nuevas formas del pensar y del actuar construyen ciudadanía
política como una práctica plural de ejercicio del poder, al tiempo que
demandan democracia real ya, libertad, justicia social y dignidad. Si
aceptamos estos principios explicativos, podemos argumentar que el 15-M
es uno de los movimientos sociales ciudadanos que está en la
brecha de un proyecto democrático. Su presencia despierta
conciencias. Sólo por ello debe dársele la bienvenida.
Sin embargo, el 15-M no es el todo, es parte de la solución, pero no
es la solución. Su emergencia debe integrarse al acerbo de las luchas
democráticas que trata de sobrevivir en tiempos de involución política
donde el capitalismo salvaje pone en cuestión el propio devenir de la
humanidad. A un año de su aparición, su futuro es incierto, depende de
contrarrestar la nueva realidad jurídica abierta con el
Partido Popular en el poder, que decide criminalizar las
reivindicaciones democráticas de los movimientos sociales. Esta
decisión, sin referentes en la historia contemporánea del
postfranquismo, puede tener consecuencias impensables, entre otras la
emergencia de un régimen totalitario, siendo la destrucción del 15-M un
objetivo prioritario.
(*) Profesor titular de Sociología de la UCM
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