lunes, 1 de octubre de 2012

El Rey en la boca del lobo (NYT) / Marcello

Los genios que en el palacio de la Zarzuela -cabe imaginar que Spottorno y Ayuso- dirigen la campaña de imagen del Rey Juan Carlos y de La Corona española ante la opinión pública española e internacional, tras los incidentes de la cacería de elefantes en Bostwana y el caso Urdangarín, están fracasando en el empeño y puede que empeorando la situación, visto lo ocurrido durante los últimos viajes del monarca a Nueva York y Barcelona. Primero, metiendo al monarca en “la boca del lobo”, el diario más aguerrido del periodismo mundial, The New York Times (NYT) donde don Juan Carlos se reunió con su Consejo Editorial como si fuera a la entrega de los Premios Cavia de ABC; y después (y tras otras meteduras de pata, como “la petición de perdón” por la cacería de elefantes, o la “Carta” en la web de la Casa Real), en su última visita a Barcelona donde el Rey acabó sentado en un autobús, con cara de pocos amigos, junto a un Artur Mas muerto de risa que venía de aprobar, en el parlamento catalán, la convocatoria de un referéndum de autodeterminación de Cataluña.

Menuda astucia la de los estrategas de la Zarzuela, consentida por el Rey. Para empezar, al día siguiente de la visita del monarca al NYT el diario lanzó en su portada a cuatro columnas un reportaje sobre el hambre y la desesperación de los españoles por causa de la crisis económica, ilustrado con la fotografía de un mendigo que buscaba comida en un contenedor de basura.

Pero unos pocos días después, en todas sus ediciones -americana, internacional y europea (en el Herald Tribune)- los editorialistas de The New York Times han lanzado un artículo muy crítico con el Rey que cayó como una bomba en los ambientes informados de la opinión pública española (a pesar de la censura en TVE y otros grandes medios) e internacional, en el que el Rey sale muy mal parado al ser presentado como un monarca que vive rodeado de gran lujo, que tiene una amante, Corinna zu Sayn-Wittgenstein (que para colmo se presenta como una asesora estratégica del Gobierno de España), añadiendo que el Rey posee una inmensa fortuna de 1.800 millones de euros, estima NYT, a la vez que se pregunta si el Rey es millonario o mil millonario. Fortuna que el diario califica de secreta y de origen desconocido, al tiempo que insinúa que se ha podido amasar a base de comisiones que el Rey habría logrado por su mediación en negocios internacionales, o en operaciones donde ha intervenido el Estado español.

Afirmaciones todas estas de la mayor gravedad que merecen un desmentido de la Casa del Rey (¿una carta o nota en la web real?), porque hablan de presunta corrupción, por más que el Rey esté exento de responsabilidad y sea “inviolable” como se afirma en la Constitución Española. Y esto no es el comentario de un libro de reportajes más o menos novelados u opiniones de un programa ruidoso del corazón, sino el contenido de un artículo del diario NYT, el más influyente del mundo. El que recoge las palabras del Rey donde dice que “la monarquía continuará mientras el pueblo quiera monarquía”. Y donde el NYT también destaca el reciente esfuerzo y activismo del monarca para recuperar su imagen y la de la institución que lidera, ejerciendo un rol de mediador político.

Que es lo que ahora ha intentado en Cataluña. Primero con una Carta publicada en la web de la Casa Real donde llamó “quimera” a la pretensión independentista del nacionalismo catalán, lo que ha enfadado a los nacionalistas y también al PSOE porque dicen que el monarca se mete en política y desborda la función moderadora que le otorga la Constitución. Carta que siguió a una inoportuna presencia del jefe de la Casa del Rey, Spottorno, en la conferencia que Artur Mas pronunció en Madrid tras la Diada independentista y tras anunciar el presidente de la Generalitat que pensaba dotar a Cataluña de estructuras de Estado. Si el Rey quería pronunciarse -antes incluso que el Gobierno- sobre la deriva secesionista de los nacionalistas y del Gobierno de Cataluña, debió hacerlo de otra manera y con más solemnidad, por ejemplo en la apertura del año judicial que presidió esos días en la sede del Tribunal Supremo.

Luego vinieron los dos viajes a Cataluña, uno para entregarle un premio al Secretario de Estado del Vaticano, Tarsizio Bertone (el cazador de los “cuervos” vaticanos), acto tras el cual parece que hubo comida privada del Rey en el palacete de Godó en Pedralbes con algunos empresarios catalanes y se dice que en ausencia de Godó, lo que significaría (de confirmarse) un extraño veto al anfitrión.

Y, finalmente, llegó la trampa del autobús donde sentaron al Rey, en primera fila y junto a un Artur Mas que no paraba de reírse, imaginamos que viendo la cara de enfado del monarca porque acababa de conocer la decisión del Parlamento catalán, impulsada por Mas, de pedir un referéndum para la autodeterminación de Cataluña. Para colmo, ese viaje, absolutamente injustificado del Rey a Barcelona (para inaugurar una terminal de contenedores), acabó con una foto de los presentes en la que Mas se negó a posar junto al Rey. Pero ¿qué es eso de subir al Rey en autobús en un día tan señalado y junto a Mas muerto de risa?

Decía el sabio Baura, como quien busca una sonrisa, que si el Rey se desplaza en una ciudad española ha de hacerlo en su coche oficial -que para eso lo tiene- y, si hace falta, hasta acompañado por “la guardia mora”. Pero está visto que la pretendida “magia” de La Corona, del Rey y la Familia Real, se está diluyendo como se diluye un encantamiento a base de trivializar las formas, gestos y hasta el protocolo. Y no digamos si, después de lo acontecido en el caso Urdangarin, el diario NYT lanza a los cuatro vientos esa información y sospecha sobre la fortuna secreta y mil millonaria del Rey.

Se entiende, por todo ello, que Rajoy diera las gracias a todos los españoles que no salen a manifestarse y que otros muchos, como los de la plaza de Neptuno, se manifiesten incluso sin haber leído el NYT. Como se entiende que la princesa Corinna diga al NYT que el Rey es “un Tesoro” (para España). Le faltó añadir lo que decía ese extraño y estrafalario personaje de la serie de “El señor de los anillos”, Gollum: “tesoro, mi tesoro”.

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