En 1974 caen los coroneles griegos, en
1975 muere Franco. La historia equitativa aporta fechas para justificar
cualquier teoría, aunque la traducción del triunfo espectacular de
Syriza al idioma de Podemos es la incógnita a despejar en los comicios
europeos –qué si no– de este domingo. El Grecia-España se salda con una
equis, que Rajoy deberá resolver si aspira a ganar el partido de vuelta
aunque sea en minoría absoluta. Con su actual alineación, el resultado
vigente no tiene por qué variar, y ya se sabe que el presidente del Gobierno prefiere una derrota a un cambio.
Syriza
y Podemos son partidos unipersonales, sobre todo el segundo. La
coartada asamblearia, mediante el desembalamiento del ágora, no oculta
el liderazgo acusado de Tsipras y Pablo Iglesias. Se ha comparado al
segundo con el Felipe González de los setenta. Sin embargo, sus cautelas
actuales lo emparentan mejor con Adolfo Suárez, agazapado en 1976
mientras languidece un Arias Navarro tan triste como Rajoy. A tenor del
vuelco registrado ahora mismo en Grecia, la revolución mediterránea en curso no tendrá nada que envidiar a la transición de 1975.
Rajoy
ha criticado a Podemos porque sus líderes cobran sueldos en lugar de
sobresueldos todavía más oscuros. Sin embargo, el liderazgo de Iglesias
asusta a sus rivales por encima de las masas que ha encauzado. En
Grecia, la figura de Tsipras ha sido decisiva para la demolición del
statu quo. Sin el valor añadido que aporta una figura homérica, se
multiplican las probabilidades de que el vértigo de los votantes
invierta en el último minuto la voluntad enunciada en los sondeos. Este
efecto de amedrentamiento se registró en Escocia, donde se impuso el miedo a la ruptura. La comparación no es descabellada, dado que así en Grecia como en Alemania se trata de independizarse del diktat alemán.
El
cambio de caras no es condición suficiente pero sí necesaria, otro
mensaje para Rajoy. El asentamiento en Grecia de un partido recién
llegado a caballo de la mayoría absoluta es insólito en las democracias
instaladas. Sus precedentes son las caídas de las dictaduras portuguesa,
griega o española en el sur de Europa. O al otro lado del telón, el
desmoronamiento del planetario soviético. Así de claro es el resultado
del Grecia-España. La vuelta, en noviembre.
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