domingo, 25 de enero de 2015

La corrupción y el estilo falangista / Ramón Cotarelo *

A instancias de Eugenio d'Ors, Franco creó en 1938 una Comisión de Estilo en las Conmemoraciones de la Patria. Se trataba de cuidar que los monumentos, placas, estatuas, conjuntos de que los fascistas llenarían luego España al ganar la guerra civil respondieran a unos criterios estéticos y simbólicos acordados por el mando para avivar el espíritu nacionalista de la población y la tropa. La comisión duró poquísimo. Supongo que, en cuanto los parásitos y ladrones que rodeaban el Movimiento nacional se repartieran su dotación presupuestaria prescindieron de ella  porque, al ser su objeto los muertos, los caídos, los aniversarios de las batallas y haber poco que robar, los franquistas perderían el interés y la dejaron morir.

Aunque efímera, su existencia atestigua la permanente preocupación de los fascistas españoles con el "estilo". Para el fundador de la Falange, esta era, sobre todo, un estilo de vida. Ochenta y cinco años después, Aznar, que fue falangista en su juventud, es eso, estilo, sobre todo estilo. El inconfundible "estilo Aznar" que los asistentes a la Convención del PP han detectado de inmediato para solaz de unos e inquietud de otros.

Un estilo adusto, autoritario, abrupto, admonitorio, siempre con el índice levantado, el ceño fruncido, regañando al auditorio, abroncando,  amenazando. Aznar, inconfundible Aznar. El caudillo Aznar, el hombre de la baraka, el ungido, el que no pasa, el alma del PP, prodigio de partido que abarca todo el espectro politico desde el centro liberal, lleno de profesores, asesores, publicistas de la moderación a la extrema derecha con parafernalia nazi y fascista por los ayuntamientos de España. Y no solo eso, además de abarcar todo el espectro politico del centro a la derecha, abarca todo el espectro moral, desde los devotos miembros de sectas religiosas que se dan golpes de pecho y se retiran en oración cada dos por tres hasta auténticos delincuentes, capaces de vaciar las arcas públicas mientras predican austeridad. Ultimamente predominan estos en la oleada de corrupción que ha invadido la vida pública española y, desde luego, la institucional.

La corrupción, a cuya sombra se celebra la convención del PP, es el primer dragón del que da cuenta el guerrero Aznar en su inimitable estilo de combate. La mejor defensa, un buen ataque. En el partido no hay corrupción a la que define como un cáncer al que hay que resistirse. No hay corrupción real; es un invento del enemigo. Hasta tres veces en su discurso habló de la coartada de la corrupción. ¿Está claro? Es una coartada para impedir que el PP realice su poyecto. Por si acaso, no obstante y porque ya sabe con quién está tratando, insiste en que cada cual se responsabilice de sus actos pues él ya lo hace de los suyos.

Rajoy se habrá sentido aludido. Pero dirá que no, pues él no ha hecho nada. Nada salvo vivir rodeado de gentes en distintas pero siempre atribuladas relaciones con la justicia y que, además, lo acusan de ser conocedor del desaguisado.

Pero eso ya es otro asunto de menor interés. Aznar sigue en su estilo de combate y despliega banderas contra la izquierda dividida en tres y definidas con cierta gracia como la que quiere hundir su propio barco, la que vive en la inopia y los populistas. Lo dice con desprecio, ninguneando al adversario. Un adversario con el que se mimetiza hasta expresarse en sus términos Dos veces insta Aznar a su gente a recuperar y mantener la centralidad. Ya no dice el centro, sino la centralidad, un término típico de Podemos.

Al otro tipo de adversario, el nacionalismo catalán, Aznar lo amenaza, advirtiendo que no es posible echar un pulso a la democracia y al Estado sin que eso tenga consecuencias. ¿Qué consecuencias? No es difícil barruntarlas.

Para eso machaca una y otra vez que España necesita más Estado de derecho, más ley, más Constitución, más unidad. Más ordeno y mando, en definitiva. Es preciso, por tanto, que el PP gane las elecciones a toda costa. Porque, dice,  este partido se ha construido sobre bases muy sólidas. Los españoles lo saben, pero tenemos que recordárselo. Tenemos que recordarles que somos su partido.

Es el estilo falangista más puro: el PP es el partido de los españoles. Los que no sean del PP no son españoles. ¿Se entiende lo que es el nacionalismo español autoritario? Quienes no sean del PP no son españoles. Es más, si son de otros partidos pueden ser hasta antiespañoles. No me lo invento. Luego de la arenga de Aznar llegó la de su discípula, acólita y alma gemela, Esperanza Aguirre, quien afirmó que los "separatistas", "populistas" y "comunistas de todas las tendencias", son "los enemigos de España y de la libertad". Ya están aquí el comunismo, el separatismo y la antiEspaña; faltan el capitalismo demoliberal y la masonería. Pero otra vez está España a punto de sucumbir ante las fuerzas del averno y surgida de una cruzada.

Situación de emergencia. Nacesitamos un caudillo. Y he aquí que ha reaparecido Aznar, el hombre providencial. No se había ido a parte alguna. Y, para nerviosismo de Rajoy, concluye su intervención con un sonoro  estoy donde siempre. Estoy con vosotros. No haciendo guardia junto a los luceros, como el Ausente, sino aquí y ahora, a vuestra disposición, con el mismo espíritu de sacrificio de la Falange de siempre.
 
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED

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